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sábado, 12 de marzo de 2016

Esa tentación en la que siempre caeremos.

Te tengo delante y nos miramos como si no nos conociéramos. 
Me miras pausadamente para luego retirarme la vista. Siempre te gustó jugar al despiste y a mi me encantaba perderme en tus ojos. 
Sonríes con malicia y agachas la cabeza. Odiaba que hicieras eso porque era lo que más me quemaba por dentro.
Bailas sensualmente. Mueves tus espléndidas curvas por la pista de baile y yo te sigo con la mirada. Amaba cada poro de tu piel. Siempre dejé constancia de mi esencia en cada uno de ellos, pero tú te encargaste de borrarla con otros, aunque lo que nadie sabe es que el latido de tu corazón solo se confabulaba con el ritmo de mi respiración.


Sé que me estás observando, por mucho que finjas escuchar a todas esas que te rodean; sé que solo puedes prestar atención a cada uno de mis movimientos. 
Miro alrededor, todo está igual que la última noche; aquella en la que incendiamos la tentación y el pecado. 
Sonrío con frivolidad, de alguna manera añoraba tenerte junto a mi y en el fondo sé que tú también.
Bailo con el único objetivo de encontrarme con tus ojos; esos ojos castaños que son capaces de atravesar del todo los escondrijos más profundos de mi alma.
Me miras y te deleitas con el deseo de ser tuya. Acércate. Sé de sobras que soy la única de todo el planeta capaz de romper tus esquemas.


Enmudezco. En verdad siempre tuviste esa capacidad de callarme sin ni siquiera decir nada. Contigo me bastaba, no necesitaba nada más en este mundo. 
Subes y bajas y no lo puedo evitar, necesito acercarme a ti. Ya no me importa nada, ni las chicas que me retienen, ni los chicos que te rodean, ni el pecado que cometimos, ni el fuego que se apoderó de nosotros, ni el pasado y tampoco lo que quiera que pueda pasar en este instante. 
Ando rápido pero siento que estás lejos. Necesito estar contigo, de alguna manera lo necesito y sé que en el fondo tú también lo necesitas.
Siempre te encantó llevarme al borde de la locura, quebrar mis cabales. Siempre fuiste la reina de mi ruina.


Caíste. Sabía que vendrías a mi encuentro. Has caído pero en el fondo soy yo la que voy a volver a caer bajo tus redes. Soy yo la que se levantará por la mañana diciéndote adiós y esperando que me retengas, pero no lo harás, pues tu eres de muchas; aunque solo sea yo la que accione el latido de tu corazón,
Bailo cada vez más rápido, me pone nerviosa la cercanía de tu cuerpo. 
Sonríes y yo muero, aunque sigo bailando, fingiendo que soy yo la que controlo la situación. Lo que nunca nos dimos cuenta es que cuándo nos acercamos, es la propia situación la que nos controla y no podemos evitarlo nunca.


Siento tu cuerpo en contacto con el mío. No hacen falta las palabras, los dos sabemos lo que estamos deseando.
De repente paras en seco. Me miras detenidamente, como si me estuvieras matando y reviviendo con tus ojos al mismo tiempo. Te acercas lentamente y noto que los centímetros que nos separan son el mar más profundo de la tierra. 
El espacio cada vez es más pequeño. Todos saben lo que va a volver a pasar.
Es como si el destino del mundo fuera a decidirse en este momento.
Y lo más curioso es que no le tenemos miedo. Yo ya conocí el temor más grande de la historia cuando vi como te alejabas en dirección contraria a la mía.


Cierro los ojos y deseo que tú tengas la valentía que a mi me falta y acabes con esto de una vez. 
Noto tu respiración sobre mis labios. Los segundos se convierten en horas y cada vez ansío más volver  a ser tuya. 
Me desespero. Siempre odié el intervalo de tiempo en el que la parte consciente nos gritaba que paráramos. Pero el deseo siempre fue mayor y el calor de tu infierno era el perfecto para mis demonios.
Abro los ojos de golpe y me abalanzo hacia tus brazos. Y así, volvimos dónde siempre.



Un pecado ocultado, un deseo satisfecho pero congénito, un adiós que seguramente será hasta luego, unas cenizas que volvieron a ser fuego, un amor que nunca fue amor; pues el amor es demasiado común y nosotros somos demasiado potentes cuando nos unimos.

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