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jueves, 3 de marzo de 2016

Ruleta rusa.

Éramos el mayor desastre natural de la faz de la Tierra.
Éramos el fuego del volcán más impactante, el viento del huracán más arrasador, el agua del tsunami más voraz, el rayo de la tormenta eléctrica más mortal, la onda del terremoto más destructivo, la roca del meteorito más terrorífico.

Éramos lo más mortal que pudo haber en el mundo y por eso quizá estábamos tan vivos.
Éramos la nieve del granizo, la arena del desierto, el frío de las heladas y el bochorno de las olas de calor, el cuchillo de un asesino, la bala de mi pistola, la sed de la deshidratación, el hambre de un león, el aullido de un lobo, el miedo y la ira unidos, el amor y la locura intensificados.


Éramos lo que más quisimos y nos convertimos en lo que más odiábamos,
Éramos un todo y una nada unificados, un vaivén continuo, un equilibrio inestable, un deseo alcanzando pero acabado, una realidad palpable pero ciega, un sí adornado de no, un ahora transformado en nunca, un quizá que se quedó en posibilidad, una vida manifestada por la muerte.

Éramos algo tan grande que no se podría explicar con un idioma de este planeta.
Éramos el agujero negro de vuestro cielo, el impedimento de vuestro "si quiero", el dolor del placer, la añoranza de los recuerdos, la melancolía del pasado, el temor del futuro y la angustia de un presente inexistente sin ti.

Y no podíamos evitarlo, nos iba eso de hacernos daño. No gustaba hacer sufrir al otro, pues no encontrábamos mayor placer que el saber cuánto nos deseábamos y qué poco podíamos estar juntos.

Éramos dañinos, pero nos gustaba el dolor de matarnos, para luego; revivirnos entre las sábanas.
Yo por ti lo daba todo, sin quererlo, y te odiaba por ello, pero no podía pararlo.
Yo por ti (me) mataba, (me) hería, (me) rompía y todas aquellas acciones que los demás no comprendían.

Y dolía; me afligía el quererte tanto, el ansiar encontrarte con todas mis fuerzas. Dolía tanto que más de una vez sentía que lo nuestro era una ruleta rusa; un si o un no, una bala que me atravesaba el corazón hasta vaciarlo de sangre, un puede y un quizá, un último adiós o un hasta luego, un deseo final o una nueva oportunidad.

Y no podíamos evitarlo, nos iba eso de odiarnos y amarnos. Nos gustaba disparar al otro para luego parar la bala en el último momento y salvarle la vida.

Éramos mortíferos, pero nos encantaba el sabor de la muerte, si acaso ella sabía igual que tus labios.

Y así nos iba, de mal en mal, de dolor en dolor, de miedo en miedo, de si en si y de no en no, de volcán en huracán, de terremoto en tsunami, de agujero negro en constelación, de corazón en corazón pero sabiendo que siempre serás mío y yo tuya.

Y así íbamos, padeciendo el dolor de querernos pero aguantarnos; porque la cocaína de tu amor siempre fue la más adictiva y porque eres el veneno que nunca podré dejar de tomar.





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