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martes, 19 de julio de 2016

Bajo mi paraguas

Tú tienes mi corazón y nunca seremos mundos separados.

Nunca podremos ser desconocidos, ni siquiera enemigos; aunque lo intentemos con todas nuestras fuerzas. Nunca conseguiremos distanciarnos; por lo menos para siempre, porque cada vez que caminemos hacia lugares contrarios, acabaremos dejándonos llevar por el deseo de volvernos a encontrar y otra vez caeremos.
Cuando brille el sol, brillaremos juntos. Te dije que siempre estaría ahí, que no me iría de tu lado a pesar de que es lo que más deseo en este momento.
Y aquí sigo, oculta entre las sombras del pasado, observando como todo se desmorona lentamente y teniendo el vago lamento de recuperar lo que un día fuimos. Y aquí me hallo, escondida entre las risas de un verano, abrigada por el calor de tu soledad, somnolienta por la veces que dije “hasta aquí” y hasta aquí no fue, herida por lo que somos y lo que llegamos a ser, rendida por el fracaso que palpé en directo y acabada sin haber empezado nada.

Tú tienes mi corazón y nunca seremos mundos separados.

No seremos más de lo que fuimos, pero tampoco importa, pues nosotros conseguíamos eclipsar a todas las estrellas cada  noche que pisábamos la discoteca. No conseguiremos regresar, pero ahora ya no importa, ahora lo único que prevalece es sobrevivir cuándo decidamos quemar del todo el hilo rojo del destino. 
Hice un juramento y lo mantendré hasta el final. Ahora que llueve más que nunca, ahora que no tenemos dónde refugiarnos, ahora que no queremos recordar nada de lo que nos definió, ahora que las palabras se las llevó el viento, ahora que “ella” y “él” se esfumaron por separado, ahora que los demás olvidaron lo que antes estudiaban con detenimiento, ahora que no sé lo que es amar si a ese verbo no le sigue tu nombre, ahora que el humo de mi cigarro se disipa con el aire y no con tu respiración, ahora que todo está roto es cuando más necesito refugiarme bajo tu paraguas.
Y ahí sigues, evadiendo mi desconcierto y mis plegarias, evitando cualquier punto en común de nuestros caminos, corriendo hacia la dirección opuesta, bailando bajo la lluvia que en tiempos caía sobre nosotros, recorriendo los poros de su piel y… está bien pero…

Tú tienes mi corazón y nunca seremos mundos separados.

No lograré desprenderme de tu recuerdo y mucho menos sacarte de mi vida para siempre. No culminaré el objetivo que me impuse después de saborear el dolor de aquella noche. No terminaré la frase que empezaba cuando iba a poner punto y final a todo. No escribiré la última palabra de esa carta que te iba a dejar sobre la mesilla el día que mis entrañas se desgarraron por dentro. No derramaré esa lágrima que marcaría el fin de una película sin final feliz.
Porque en la oscuridad, no puedes ver luces brillantes y es entonces cuando me necesitas ahí; cuando te das cuenta que el día es irrelevante si las noches no las pasas conmigo, cuando es sol se asemeja con una farola con la bombilla fundida si no me agarras la mano, cuando no habrá volcán más incandescente que el que hagamos nosotros, cuando esto no sea una locura sino una maldita realidad que se me ha ido escapando poco a poco de los dedos mientras me creía la reina de unas ruinas que se asemejan ahora mismo a nosotros. 
Y ahí seguimos, en nuestra línea; mirando hacia el otro lado, ocultando un pasado tan intenso que nos marcó de por vida, suavizando el dolor de perderte, escudándome en un odio fingido, luchando contra la parte que aún te echa de menos, llorando de rabia por lo que me prometieron y no cumplieron, observando los poemas y las canciones que ya no son para mí y… está bien pero…

Tú tienes mi corazón y nunca seremos mundos separados.

Créeme que lo intentaremos, créeme que tendremos la esperanza de poder alejarnos el uno del otro. Pero no podemos. No lo conseguiremos joder y eso es lo que más me mata. Porque estoy segura que volveré a distanciarme pero algo mágico y maravilloso digno de alguien tan maquiavélico como es el destino conseguirá que vuelva a encontrarme contigo. 
Estas cosas del deseo, estas cosas que nos retuvieron siempre, las que adornaron nuestras tormentas y las que aliviaron nuestros temores; estas cosas del amor, del vaivén que refuta constantemente en mi pensamiento, de la añoranza que se apodera de mi control, de mis ganas de acabar ya… estas cosas son las que siempre reinaron en nuestra relación. Y lo peligroso es que encima disfrutábamos con ello o por lo menos yo era capaz de disfrutar de ello, pues a pesar de todo lo malo, sabía que pasara lo que pasara volverías bajo mi paraguas.

Y aquí sigo, bajo una lluvia que no cesa, bajo el frío que las gotas me transmiten; aunque jamás alcanzarán el nivel de congelación que tu huida me dejó. Y aquí sigo, construyendo recuerdos nuevos porque de los viejos no quiero acordarme, vagando los días de lluvia y los de sol para ver si me encuentro contigo y vuelves bajo mi paraguas; como siempre solías hacer a pesar de las tormentas que entre nosotros desatábamos.

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